domingo, 10 de abril de 2011

Sobre la efimería de los paraísos...

Me he sentado a esperar, a ver brotar el sol que nazca de tu pecho.
Y he sabido que no eres Dios o Diablo, sólo una mujer de carne y hueso, ni tan solo un ángel caído... [...] diría aquel pequeño poeta que se las dá de músico.
Tan grande es el mundo, tan lleno de posibles y de retos, y con tantas mujeres lindas, tan llenas de rincones y secretos. Y aunque no me ames, el mundo está lleno de sorpresas.
Tuve un amor, ya tendré otros. O eso creía, pues camino solo desde que clarea el dia, armado de remiendos y de restos.

Derribarte no fue fácil –diría ella–. Tan siquiera quería. Derribar los muros que llevaban nuestra firma, menos aún. Aún sigo derribando las barreras de la propia conciencia traicionera. Pero no es eso realmente mi prueba, no es lo que me hará crecer. Hay más bajo la superficie marchita. Y no me pertenece. Girando la vista, nos deshacemos de la tristeza como de una lágrima inesperada, traicionera, la última antes del suspiro rejuvenecedor. Ese suspiro que nos hace contemplar el mundo con unos ojos nuevos. Ese mundo en que sabemos que volveremos a caer y a naufragar, y que nos traicionará, pero lo afrentamos con la valentía del peregrino: tan solo adelante, que el devenir en cada curva vendrá –tan sólo dejarse llevar–.

El amor es como al arte, una pequeña danza unísona interpretada a la serena perfección, mientras dure, por un par de almas. Que compartan el mundo o vivan a varios recuerdos y suspiros es solo una cuestión de lo bien que funcione el binomio y, a la inversa, de las palabras necesarias para saberse los pasos.
Como un parque cuyas hojas mojan el suelo, pero ninguna baila al viento gélido de la soledad ni se sigue meciendo de las ramas de aquel insólito árbol.

Muchas veces has de decir adiós sin desearlo, otras tantas agradeces un saludo como una sombra en Agosto. Anhelas las sombras en esos días en que se despiertan de primavera las flores, radiantes. Otros en cambio, que invitan a soñar – y a escribir–, llenos de gélida bruma cortante, dónde el río esparce su caudal con asombroso disimulo y el firmamento pinta de amenaza impresionista una lluvia paupérrima. 
Insólitos reencuentros llenan nuestro pecho, agrias despedidas nos abastecen de melancolía, y todo ello nos conforman al compás de Ortega, con un mundo que no hemos diseñado, y apenas comprendemos, pero que nos pertenece –o eso nos dicen–.

¡Tabernero! ¡Rellénelo!– no hacía falta gritar. Descontaba días como monedas en su bolsillo mientras coleccionaba arrugas como si fueran noches.

¿Cuando volverás a ti mismo, viejo soñador? ¿A caer presa de tus propias redes de pesca?
¿Cuando acaso comprenderá la quinta de la escala que el miedo no es sino el recelo a amar?
¿Y cuando volverá aquella versión madura de la inocencia a perder su propia moral para así reescribir sus viejas tablas? En este caso, quizá Hynose tenga algo que decirle a Ariadna.

Se busca ágil y demente barquero que lleve a buen puerto una cáscara de nuez. 
Un mar de dudas no me parece suficiente para no naufragar en ti.